El Mariscal Ney y su recurrente despertar desde ultratumba.

….Y de pronto, de la nada, el Mariscal Ney, Duque de Elchingen, Principe de Moskowa, el mismo que yace pétreo frente al Observatorio, sobre el Boulevard de Port Royal, cobra vida. Baja la espada del viento, se despereza de sus más de cien años de piedra y mármol y desciende de su altar con el firme proposito de rebanar a sablazos a cuanto transeunte se encuentre, a todo aquel que ose interponerse en su camino.

Marcha el Mariscal, sacudiéndose aún trozos de piedra de la solapa y de los ojos, el tricornio maculado de barro ancestral y, tras observar aterrado los coches, la algarabía del verano incipiente de abril, no puede evitar fijarse en una minifalda verde que ve pasar a escasos centímetros de él. Verde verde, verde chillón, verde histérico, verde lulo que apenas cubre el trasero firme y parado de una hembra de piernas largas y pelo enfurecido. Avanza el Duque, ensartando transeuntes, formando brochetas de hombres, mujeres y niños para luego dejarlos inertes a su paso, apresurando el paso para no peder de vista semejante espectáculo.

Y la chica del culo y la falda, que ni cuenta de la masacre se ha dado, avanza inocente, sonriente conversando por un cable que le cuelga de las orejas… El Principe corre como loco siguiendo la falda verde como el toro que solo puede ver el trapo rojo que lo llama a la muerte y al alcanzarla, al llegar a su lado suelta de un golpe su sable que se hace trizas de granito en el suelo, alarga la mano y la mete, por detrás, entre las piernas de la chica, subiéndola de un golpe, tocando con los dedos la piel suave de los muslos, llegando por fin al calor y a la humedad de su sexo.

La muchacha se voltea, gritando, soltando improperios, frases procaces, lista a herir el aire con sus uñas… y al ver la cara arcaica, el uniforme deslumbrante, el semblante distinguido e intemporal del Mariscal, Duque, Principe de piedra que hace siglos protege la esquina del Boulevard Saint Michel y de Port Royal su mano se corta en el vacío, se detiene en el acto.

Entonces enrojece, se la ve turbada, como si un nudo le atrapara las tripas.

Y esboza una sonrisa.

*Fotografia de Brassaï, 1932.

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