Nota autobiográfica.

El embrujo solitario de la soledad
de los caminos trillados, masticados y amasados,
y lo madruga a uno ya la realidad
con su juego de máscaras y espejos
los lamentos de la tierra que se cansa
de cargar los mismos pasos andariegos.

Y en el fondo del río, otro yo ríe y llora
el agua de Heráclito que me ve y que me olvida
pero yo, sin remedio, sigo siendo el mismo.

A veces quisiera no ser yo, leí alguna vez
yo o alguno de los otros que he sido,
y el espejo también se ríe y llora
de guardar consigo mis secretos
las mil caras de mi cobardía,
de lo atroz y de lo vacuo que he sido.

Y en el fondo del río, otro yo ríe y llora
el agua del poeta que me ve y que me olvida
pero yo, sin remedio, sigo siendo el mismo.

Yo, que huí del laberinto y de Ariadna,
yo, que ciego desafié al minotauro,
vine a perderme en los meandros del recuerdo
y no hubo espada que brillase y tu puñal se hizo eterno
la condena, el castigo, se prolongan
cada vez que sin ojos te veo entre los muertos.

Y en el fondo del río, otro yo que ríe y que llora
al agua turbia que me ve y que me olvida
pero yo, sin remedio, sigo siendo el mismo.

Y mi tierra es el olvido
y a ella vuelvo y vuelvo
a ver si entre recuerdos tenues, transparentes
desapareces, desaparecen, todos, todas, todo.
A ver si enterrando mis huesos y mi sangre,
renazco inocente de este purgatorio.

A ver si el aliento de los dioses
me saca del letargo, me abre a ti los ojos.

Ya, en el fondo del río, otro yo me espera
en el agua clara que pasa y pasa.
Agüita mansa, que pasa y pasa.

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